Monday, May 10, 2010

¿Hablan las Cestas?

Recuerdo cómo de chavales tumbados sobre la cama de nuestra habitación mirábamos a las cestas colocadas sobre el armario. La silueta de la cesta me parecía el objeto más extraordinario, la cosa más hermosa que podía existir.


La curvatura del aro, el fondo que íba de más a menos de manera armoniosa hasta terminar en la punta con un pequeño respingo.


Mirando a la cesta, los dos hermanos tumbados sobre la cama, soñabamos despiertos bajo el embrujo de aquel objeto tan atractivo. Porque aquel objeto era algo más que un objeto, una herramienta, era una llave para poder soñar con lugares desconocidos cuya única referencia era aquello que escuchábamos en el frontón Beotibar de Tolosa a los mayores que volvían de esos sitios que, según nuestra imaginación, imaginábamos ser maravillosos.

De vez en cuando, la cesta solía emitía un cric, un sonido leve, apenas perceptible, era como si te hablara, si quisiera establecer una conversación. Y claro que existía, porque aquel ruidito no era algo debido al cambio de temperatura ambiental, a la humedad y cosas por el estilo, que vá.



Aquello era pura química. Un diálogo donde el todavía niño veía en aquel juguete algo más que un objeto. La representación de un mundo futuro en el que todo tenía que ser, imaginaba, maravilloso.

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