Uriarte y Chiquito de Bolibar destronaron a los Ondarrés, Egurbide, Chino Bengoa. Anteriormente Orbea I hizo lo propio con Pistón y J. L. Salsamendi. Recientemente, los dos grandotes de Zumaia, Goikoetxea Y Lopez, se han convertido en los número uno cada uno en su demarcación.
El relevo generacional es lo más natural, ley de vida, se suele decir. Biológico hasta decir basta. El jai alai como deporte, como representación metafórica de la vida, no escapa al recambio cíclico. Es más, es necesario, síntoma de buena salud, una forma de garantizar la continuidad.
Guillermo regresó a Cuba por segunda vez allá por el año 1928, contaba 18 años de edad. En el viejo frontón que hacía esquina entre Concordia y Lucena, en el Jai Alai habanero, en El Palacio de los Gritos, jugaban los mejores pelotaris de la época.
Allí estaba el mejor del cuadro del mundo y en la zaga el amo y señor era un cubano que jugaba con el nombre de Gutierrez, de apodo Charra o El Mago de la Zaga, corto de estatura pero con un brazo que era una catapulta, muy seguro de revés. Gutierrez daba ventajas al resto de zagueros. Además, al ser nacido en Cuba, era el ídolo local.
Guillermo entró con buen pie. Jugó contra pelotaris de segunda al principio. Por poco tiempo. Había llegado a la Habana con hambre de pelota. Quería destacar ante aquellos señores que le producían tanta admiración, que ganaban más que ministros y eran reverenciados como si de seres divinos se tratara.
Ganó ocho partidos seguidos. En su afán por destacar, multiplicaba esfuerzos, derrochaba energías, era incansable. Se fijaron en él y empezaron a programarle estelares. De la noche a la mañana se encontró hecho un señor pelotari.
Como he señalado más arriba, por aquel entonces Gutierrez era era el número uno en la zaga. Le seguía el marquinés Ugartetxea, El Braciforte, un poderoso derechista. Guillermo quería más, llegar a la altura de los dos citados. Con tesón y sin desmayo, deseaba al siguiente partido jugar mejor que el anterior.
La pareja cubana Eguiluz-Gutierrez era una conbinación imbatible. Eloy Gaztelumendi, el intendente, se las veía y deseaba para programar otra pareja que les pudiera hacer sombra. Los dos cubanos se compenetraban a la perfección. Actuaban como si estuvieran sincronizados o una onda invisible los moviera y colocara en cualquier momento allá por donde fuera la pelota.
Ituarte con 22 años venía pegando fuerte, ansioso de victorias, un día tuvo la osadía de acercarse al intendente y pedirle que montara un partido entre él y Guillermo contra los cubanos, es decir, contra los temibles Eguiluz y Gutierrez.
Gaztelumendi le miró y sonrió. Debió gustarle el escuchar que Ituarte y Guillermo estaban dispuestos a acabar con el mito de la invencibilidad cubana. Dos chavales, dos vizcaínos, contra dos cubanos, las máximas figuras. Aquello podría resultar.
Pero El Ciudadano Eguiluz, 41 años, un viejo zorro de la pelota, olió la encerrona. Vanidoso, fatuo, incapaz de cederle el paso a un ciego, alegó un sin fin de excusas. "Que si estaban (los chavales) verdes". Que si debían de demostrar con más actuaciones que tenían juego"...
Total, que pasaron los días y el ambiente se fue caldeando, el público enterado de aquella posibilidad cada vez más ansioso de que se celebrara el partido. Eguiluz, sin embargo, terco en sus trece. No por mucho tiempo pues tuvo que ceder ante el clamor popular.
Llegó el día del partido. El frontón a punto de reventar. El público completamente dividido entre unos y otros. Se mascaba la tragedia. ¿Serían capaces aquellos mocosos de destronar del trono a los dos grandes del Jai Alai habanero? O, la inversa, ¿demostrarían los cubanos que los jovenzuelos estaban demasiado verdes?, como mantenía Eguiluz.
Aquel día en aquel partido surgió la figura del genial Ituarte, El Divino Sonánbulo. El delantero mutricuarra, Cabeza-bote, sabía bien lo que se traía entre manos cuando reclamó les dieran la anhelada oportunidad. Se burló de todos. De Eguiluz, de Gutierrez y hasta del mismo Guillermo.
Su actuación fue magistral. Demostró hasta su retirada lo que era: un verdadero artista. De pies a cabeza. Habilidoso como ninguno. Manejaba el costadillo como nadie. Un pelotari de mérito, pues carecía de saque y desde la jugada inicial se vendía. Físicamente más bien débil, tristón, se ponía a jugar y al que lo veía se le caía la baba. Ituarte un día normal hacía lo que cualquiera. E inspirado, lo que nadie sabría hacer.
Tras la derrota El Ciudadano Eguiluz se retiró al vestuario cabizbajo, pensando en la revancha. Se volvió a jugar el mismo partido y volvieron a ganar los chavales. La empresa hizo el gran negocio.
A la tercera volvieron a ganar Patacón Ituarte y Guillermo, por mucha diferencia. El relevo generacional se había consumado.
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